lunes, 23 de marzo de 2015

La dama del fuego

Después de esos siete terribles días con sus infinitas noches, la princesa salió de sus aposentos.
Tiró sus zapatos y los cambió por unas viejas botas.
Su vestido de boda quedó arrugado en el salón principal de palacio y fue suplido por unos arapos negros acordes con la hora del día.
Dejó que su tiara se hiciera añicos en el vestíbulo principal, y en su lugar se coronó un sombrero de punta.
Y por último, sustituyó su anillo de compromiso por una escoba con encanto especial.

Salió por la puerta de atrás sin hacer ruido, rumbo al bosque que siempre había querido investigar, que estaba situado al Oeste del que un día hubiera sido su reino. La habían advertido de que en él vivían horribles criaturas capaces de envolver el alma más pura y corromperla.

Pero ella corría de la criatura más abominable que había conocido nunca. La realidad la perseguía como un lobo a un cordero. Aunque una vez que se adentró en el bosque, fue como si hubiera entrado en lugar sagrado, y su perseguidora se frenó en seco a las puertas de la oscura frondosidad.

Se sumergió poco a poco en la espesura, y a los setenta y siete pasos encontró una hoguera, y guardándola se encontraba una mujer. Parecía joven, pero daba la sensación de que tenía a sus espaldas años de vida, tanto buena como no tanto.

No se parecían mucho ni se conocían de nada, pero una conexión hizo que la princesa se acercara al fuego. Ambas miraban la hoguera como si el encuentro no hubiera sido casual ni anómalo.

- Al fin has despertado- dijo la mujer que custodiaba las llamas, que se habían avivado levemente desde que las dos se habían reunido alrededor de ellas.

La princesa, con los ojos envueltos en lágrimas, solo acertó a asentir con la cabeza. Ambas levantaron la vista y vieron como todas las criaturas de la noche salían de la oscuridad del bosque a acompañarlas en este momento, como si llevaran muchos años esperando a que la princesa regresara.

Notablemente emocionada, la princesa se quitó el título que había llevado durante lo que ella había sentido que había sido una eternidad. Se sintió en casa. Sintió un calor que le empezó a derretir el invierno que le había calado hasta los huesos. Y la escoba se tornó al aire y el sombrero se consumió en el fuego avivando aún más las llamas.

Había comenzado el akelarre




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